Imagínate una señora cuarentona, con voz chillona, de expresiones grotescas y vulgares. Así era ella, siempre que pasaba por su pequeña tienda de cosméticos la podías ver coqueteando con los repartidores, con los clientes que pasaban a comprar regalos para sus mujeres, con cualquier hombre que pasara por la puerta en realidad. Nunca fue muy linda de rostro pero para la edad que tenía mantenía un buen cuerpo, y claro, nunca tuvo hijos, eso le facilitó las cosas. Pero no era ni siquiera le cuerpo, eran sus ojos, no sé cómo explicarte, tenía una mirada sexual, de sexo fácil… y eso… a los hombres… nos gusta.
Yo nunca me acosté con ella, pero no fue por falta de oportunidad, todos tenían una oportunidad con ella, pero era la mujer de mi jefe. Creo que fui el único de la empresa que nunca pasó entre sus piernas, pero también es cierto que fui el único que conoció a Don César como yo lo conocí, que tampoco fue mucho te diré.
Yo nunca me acosté con ella, pero no fue por falta de oportunidad, todos tenían una oportunidad con ella, pero era la mujer de mi jefe. Creo que fui el único de la empresa que nunca pasó entre sus piernas, pero también es cierto que fui el único que conoció a Don César como yo lo conocí, que tampoco fue mucho te diré.
Era un hombre muy reservado, introvertido, callado. La gente le tenía miedo, no era fácil hablar con él y mucho menos de negocios, bastante intransigente cuando discutía, casi nunca podías poner una palabras entre las miles suyas. Llevaba alrededor de 15 años casado, la relación que tenía con su mujer era estable, siempre del brazo cuando salían a la calle juntos, una vez al día él pasaba a verla a su local para dejarle algún chocolate o golosina, por las noches la esperaba en la casa con la comida en la mesa y los fines de semana, mientras ella dormía hasta el mediodía el hacia las compras de la semana.
Yo conocí otra versión, yo supe de la versión que la gente no veía aunque siempre la tuvo en la nariz. Una noche, cerca de fin de mes, me quedé hasta tarde para hacer inventario, Don César solía hacerlo solo pero ese día sufría de una fuerte migraña que le obligó a pedirme ayuda. Fue después de una corta pero íntima conversación que tuvimos a raíz de mi reciente pelea con mi última novia que descubrí que tenía un humor muy negro, muy crudo, pero muy grande. Reímos casi toda la noche mientras yo movía cajas y descifraba códigos y él los anotaba con calma en su cuaderno. Fue un trabajo duro y agotador que nos tomó toda la noche, pensé en preguntarle cómo lo lograba hacer todo en un solo día sin ayuda alguna, pero preferí no matar la atmósfera con preguntas como esas. Me invitó a tomar desayuno, fuimos a una vieja panadería que quedaba pocas cuadras y nos servimos dos tazas de café humeante recién pasado y dos panes que venían de salir del horno. Desde esa vez lo ayudaba cada mes, no porque necesitara mi ayuda, de hecho las primeras veces me botaba, pero yo insistía, me gustaba quedarme a hablar con él, tenía ideas muy interesantes y una visión diferente del mundo que me habían enseñado. Poco a poco le fui tomando confianza y se volvió en mi confidente y mi tutor. Me enseñó muchas cosas de la vida que hasta ahora aplico, y, casi al final empezó a abrirse conmigo y confiarme vivencias suyas.
Me habló de sus padres y como habían muerto en un accidente durante un viaje de tren hacia varios años, me contó de la desaparición de su hermano y como él sabía que no había desaparecido pero que en realidad había escapado lo más lejos de su casa que pudiera. Me habló de su juventud, su vida política que ninguno de sus conocidos supo, sus aventuras con mujeres desconocidas, sus aciertos, sus errores, me hablaba de todo, menos de su mujer.
Supongo que muy en el fondo yo estaba seguro que él sabía lo que sucedía con ella mientras él trabajaba. Estaba convencido que si todo el pueblo sabía que siempre que el salía de su casa al mercado por las mañanas un hombre diferente le ocupaba la cama. Tenía que saberlo, así que nunca le pregunté. Ahora, con todo lo que pasó, me doy cuenta que la respuesta era más que obvia. Claro que lo sabía, no era idiota, pero tenía un plan, un plan que requería de paciencia, paciencia que solo él tenía.