jueves, 28 de abril de 2011

La Última Promesa, Parte II

Imagínate una señora cuarentona, con voz chillona, de expresiones grotescas y vulgares. Así era ella, siempre que pasaba por su pequeña tienda de cosméticos la podías ver coqueteando con los repartidores, con los clientes que pasaban a comprar regalos para sus mujeres, con cualquier hombre que pasara por la puerta en realidad. Nunca fue muy linda de rostro pero para la edad que tenía mantenía un buen cuerpo, y claro, nunca tuvo hijos, eso le facilitó las cosas. Pero no era ni siquiera le cuerpo, eran sus ojos, no sé cómo explicarte, tenía una mirada sexual, de sexo fácil… y eso… a los hombres… nos gusta.

Yo nunca me acosté con ella, pero no fue por falta de oportunidad, todos tenían una oportunidad con ella, pero era la mujer de mi jefe. Creo que fui el único de la empresa que nunca pasó entre sus piernas, pero también es cierto que fui el único que conoció a Don César como yo lo conocí, que tampoco fue mucho te diré.

Era un hombre muy reservado, introvertido, callado. La gente le tenía miedo, no era fácil hablar con él y mucho menos de negocios, bastante intransigente cuando discutía, casi nunca podías poner una palabras entre las miles suyas. Llevaba alrededor de 15 años casado, la relación que tenía con su mujer era estable, siempre del brazo cuando salían a la calle juntos, una vez al día él pasaba a verla a su local para dejarle algún chocolate o golosina, por las noches la esperaba en la casa con la comida en la mesa y los fines de semana, mientras ella dormía hasta el mediodía el hacia las compras de la semana.

Yo conocí otra versión, yo supe de la versión que la gente no veía aunque siempre la tuvo en la nariz. Una noche, cerca de fin de mes, me quedé hasta tarde para hacer inventario, Don César solía hacerlo solo pero ese día sufría de una fuerte migraña que le obligó a pedirme ayuda. Fue después de una corta pero íntima conversación que tuvimos a raíz de mi reciente pelea con mi última novia que descubrí que tenía un humor muy negro, muy crudo, pero muy grande. Reímos casi toda la noche mientras yo movía cajas y descifraba códigos y él los anotaba con calma en su cuaderno. Fue un trabajo duro y agotador que nos tomó toda la noche, pensé en preguntarle cómo lo lograba hacer todo en un solo día sin ayuda alguna, pero preferí no matar la atmósfera con preguntas como esas. Me invitó a tomar desayuno, fuimos a una vieja panadería que quedaba  pocas cuadras y nos servimos dos tazas de café humeante recién pasado y dos panes que venían de salir del horno. Desde esa vez lo ayudaba cada mes, no porque necesitara mi ayuda, de hecho las primeras veces me botaba, pero yo insistía, me gustaba quedarme a hablar con él, tenía ideas muy interesantes y una visión diferente del mundo que me habían enseñado. Poco a poco le fui tomando confianza y se volvió en mi confidente y mi tutor. Me enseñó muchas cosas de la vida que hasta ahora aplico, y, casi al final empezó a abrirse conmigo y confiarme vivencias suyas.

Me habló de sus padres y como habían muerto en un accidente durante un viaje de tren hacia varios años, me contó de la desaparición de su hermano y como él sabía que no había desaparecido pero que en realidad había escapado lo más lejos de su casa que pudiera. Me habló de su juventud, su vida política que ninguno de sus conocidos supo, sus aventuras con mujeres desconocidas, sus aciertos, sus errores, me hablaba de todo, menos de su mujer.

Supongo que muy en el fondo yo estaba seguro que él sabía lo que sucedía con ella mientras él trabajaba. Estaba convencido que si todo el pueblo sabía que siempre que el salía de su casa al mercado por las mañanas un hombre diferente le ocupaba la cama. Tenía que saberlo, así que nunca le pregunté. Ahora, con todo lo que pasó, me doy cuenta que la respuesta era más que obvia. Claro que lo sabía, no era idiota, pero tenía un plan, un plan que requería de paciencia, paciencia que solo él tenía.

Buenas Intenciones

Era la segunda vez que lo veía pero la primera que hablaba con él. No era particularmente tímido pero no resultó ser muy elocuente tampoco. Me invitó a bailar y no dudé mucho en aceptar, estaba cansada y me dolían los pies pero me pareció una oportunidad que no valía la pena desperdiciar. El baile pasó rápidamente de tierno e inocente a un meneo de caderas que hubiera puesto hasta a un cura en verdadero estado de alerta.

El lugar estaba lleno y no faltaban las caras conocidas que volteaban la mirada para ver lo que pasaba alrededor, no nos importó, para nosotros el salón estaba vacío y éramos libres de hacer lo que quisiéramos. Nos duró lo que duró la música. Cuando todo quedó en silencio la gente comenzó a recolectar sus pertenencias para continuar a otra discoteca o volver a casa.

“¿Vienes conmigo?”

Cualquier mujer en sus cinco cabales por lo menos hubiera preguntado a dónde antes de lanzarse a los brazos de un perfecto desconocido que le venía de ofrecer un paseo en su coche, yo no, yo simplemente dije que sí.

El viaje no fue largo y el destino fue claro desde el principio.

“Conozco un lugar por acá, es bonito, callado, vacío… nadie lo conoce.”

Y bueno, si no quiere acostarse conmigo es la perfecta excusa para llevarme a un lugar alejado de todos, robarme, matarme y dejarme botada allí… Bajé la mirada a su entrepierna… No, definitivamente no quiere matarme.

Llegamos y, en efecto, el lugar era desierto, se veían los coches pasar a lo lejos pero ni un solo sonido, no había duda, sabía lo que hacía y no era la primera vez. Con un beso volamos a los asientos traseros y no esperamos a acomodarnos para que las prendas empezaran a volar por todos lados. Quien dijo que tener relaciones en un coche es excitante nunca estuvo en un viejo jeep, año 92, con techo de plancha de acero… rígido. No duró mucho. Bueno, seamos honestos, en realidad no duró nada, con todas las buenas intenciones que tuvo no logró mantener la acción por mucho tiempo.

“No te preocupes, no importa, está bien.”

En qué mal momento es que nuestro inconsciente nos hace creer que está bien que digamos eso siempre que algo no funciona como debería... ¡Por supuesto que importa, obviamente que no está bien y claramente debería preocuparse! No estamos hablando de hombres mayores, ya vividos y usados, estamos hablando de jóvenes energéticos y viriles, ni no son capaces de mantener el ritmo pues deberían empezar a buscar una solución.

Hubo un par de intentos más por terminar lo que habiamos comenzado, todos fallidos... Nota mental, evitar el consumo de alcohol en mis hombres. Pues bien, debí conformarme con la sesión de besos más larga que alguna vez tuve con alguien que acababa de conocer, bueno, en su defensa, no me puedo quejar. Como una autoproclamada experta y adicta a los besos tiendo a ser bastante exigente en ese aspecto, ganar buenos puntos conmigo no es nada evidente y la verdad que, en esa carrera, el actual ganó algunos. Al punto que consideré la opción de quizá darle una segunda oportunidad para rectificarse, en un contexto más sobrio, otro día.

Las cosas iban relativamente bien, pese a no tener ropa puesta, el calor del ambiente se mantenía, reíamos de vez en cuando, no nos soltábamos el resto del tiempo. Pues sí, las cosas iban relativamente bien hasta que su celular sonó melódicamente entre gemidos y besos. Lo tomó, me miró con un gesto de “silencio” y muy calmadamente, como quien te saluda en la calle me dijo,

“Dame un segundo, es mi novia.”

… Pues no, no habría rectificación…
                 
            Escuché como le decía lo bien que lo había pasado con sus amigos, como ya iba de camino a su casa y como había tomado solo dos cervezas… claro, solo dos cervezas, de corrido y cada 10 minutos…
            
           Mientras lo oía hablar me sentía en un impase, podía enojarme con él pero, finalmente, yo no nunca le pregunté si tenía pareja y si él tenía toda la intención de acostarse conmigo hubiera sido muy estúpido de su parte empezar con un “hola, tengo novia, ¿quieres bailar conmigo?”; podía sentirme ofendida y usada pero no era como que yo no lo estaba usando a él; o podía jugar el rol de moralista y decirle que me parecía que era una persona sin valores ni escrúpulos pero, al mismo tiempo, ¿cuan moralista puede ser una mujer que se acuesta con una persona que acaba de conocer?. Opté por la opción “D”, la que más se parecía a como realmente me sentía ese momento, en cuanto colgó el teléfono le dije, en una mar de carcajadas, que era el colmo del cinismo que anduviera con un preservativo en el bolsillo teniendo novia… Él botó el celular y me volvió a besar.
              
           Cuando ya fue hora de irnos se armó una discusión que yo estaba lejos de haber predicho, la llamada del día siguiente. Contrario a lo que todos deben estar pensando no era yo la que le pedía que me llame o la que le pedía el número, era él el que manifestó sus planes de llamarme al día siguiente y yo la que no tenía ninguna intención de revelar mi número de teléfono. La primera vez que me lo pidió le dije que no era necesaria la charlatanería, la segunda vez le dije que si quería llamarme consiguiera mi número, la tercera me sentí mal de seguir evadiéndolo por lo que le propuse un trato del que sabía que saldría ganadora.

“Si dices mi nombre, te doy mi número.”
                 
            Es la primera vez que un hombre se siente mal por no saber mi nombre y yo no, es más, sentí todo lo contrario, una satisfacción personal. Gané el trato pero igual le di mi número y hasta me aseguré que escribiera bien mi nombre, con la seguridad que no lo recodaría al día siguiente. Lo recordó. Irónicamente fiel a su palabra me llamó exactamente a la hora que había prometido, probablemente más por culpabilidad que por devoción a su integridad, hablamos un par de minutos sin hacer mayor alusión a la noche anterior y colgamos. Mantengo lo dicho, hasta ahora no se perfila ninguna rectificación de lo acontecido.